
Bueno, lo primero de todo me gustaría agradecer a Humberto el permitir compartir con todos ustedes esta jornada de pesca, así que, ¡allá vamos!
Todo comenzó en Semana Santa, ocasión en la que me desplacé desde mi lugar de residencia habitual, que no es otro que Madrid, sí, sí, la misma Madrid que está en el centro de España, hasta Gandía, localidad en la que suelo pasar mis vacaciones (que al ser escolares, suelen ser bastante abundantes) para practicar mi hobby favorito, la pesca, y más concretamente la modalidad de surfcasting
UN NUEVO EQUIPO
Ya había ahorrado algunos eurillos por lo que, después de meditarlo bien, me dispuse a comprar mi primer equipo de surfcasting “puro y duro”, es decir, una pareja de Abu Garcia Stealth Power Sensi Surf y dos carretes Cinnetic Cayman 7000 alu, una combinación a mi juicio bastante acertada y de buena relación calidad-precio
Después de haber utilizado los equipos en un par de jornadas, sin éxito, me desanimé un poco ya que esperaba que mi desembolso trajera mágicos resultados, pero obviamente esto no era así, ya que, amigos, los peces no entienden de marcas de cañas o carretes, sino de un cebo suculento y bien presentado y un hilo que no puedan ver. Ya habían pasado más de la mitad de mis días de vacaciones y, como iba a estar dos meses sin volver a la playa después, me decidí a intentarlo al día siguiente. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que el día había amanecido cubierto y con una lluvia que desaconsejaba totalmente el ejercicio de la pesca. Pospuse mis planes para el día siguiente y empecé a planificar mi jornada cuando, a media tarde, el cielo se empezó a despejar. Entonces debía tomar una decisión: bajar a una playa húmeda con apenas unas horas de sol, o esperar al día siguiente, con una jornada bien planificada. Esta decisión, amigos, debido a la enfermedad que nos afecta a la gran mayoría de pescadores, no fue la aparentemente más lógica, sino que dispuse rápidamente los materiales imprescindibles para mi breve excursión, cogí de la nevera los gusanos y un choco fresco y bajé de mi apartamento en dirección a la playa no sin antes hacer sendas paradas para preguntar a dos buenos amigos míos, Jaime y Miguel, si querían acompañarme en aquella locura.
EL GRAN DÍA
Estos compañeros, que no están afectados por ninguna extraña enfermedad, mostraron sus reticencias con los argumentos que cualquier persona normal hubiera empleado: que si la playa estaba mojada, que si ya había ido dos días y no había pescado nada, que si estaban muy a gusto en el sillón…argumentos que, al final, logré que abandonaran para que me acompañaran a la playa.
Caminamos unos minutos hasta alejarnos lo suficiente de la gente, ya que, en esas fechas siempre suele haber algún bañista despistado, y, cuando llegamos a nuestro puesto, comenzamos a montar los equipos. Cuando los tuvimos preparados llegó el momento de tomar una decisión fundamental: el mar estaba bastante en calma, por lo que lo razonable hubiera sido lanzar un gusano lo más lejos posible de la orilla, pero, amigos, aquí es cuando haces caso a tu corazón, y el mío me decía que era un día para lanzar entre las olas una buena tira de choco fresco bien manchado en su propia tinta. Inmediatamente, me dispuse a cortar el vientre de la sepia y licré una lira en la cameta, acompañada de un anzuelo del nº 1. Sin más, lancé el conjunto a unos escasos 90 metros, justo donde empezaban a romper las escasas olas que había en ese momento. Entonces se comenzó a levantar un creciente viento de levante, cada vez más intenso, hasta el punto de hacerse verdaderamente molesto, viento que, por otra parte, al parecer estimula el apetito de nuestra buena amiga la lubina. Por un momento pensé en recoger, pero no, amigos, ese no era un día para recoger, había que aguantar hasta que la falta de luz nos dijera que la jornada había terminado.
Poco a poco el viento roló a componente sur, siendo el tan típico Garbí que azota las costas levantinas durante buena parte del año. Esto hizo que cada pocos minutos hubiera que tensar la línea porque se formaba una comba importante. En una de estas tensadas rutinarias me di cuenta de que el puntal cabeceaba levemente. El viento, pensé yo, y volví a depositar el conjunto en el cañero. Pocos minutos después, este cabeceo se hizo más intenso, por lo que me decidí a realizar una revisión del aparejo. Para más inri, ese día había una línea de algas a unos 20 metros de la costa, por lo que el peso que notaba, imaginé que se debía a estas molestas compañeras. Pero cuando el plomo cruzó esa franja y el puntero comenzó a cimbrear, ya estaba seguro de que lo que portaba era un pez, por lo que aflojé el freno y comencé a bajar la caña para no perder la captura. Aquellos metros fueron muy intensos, y mi inexperiencia al portar una pieza de consideración hizo que estuviera aún más precavido, quizás aflojando el freno en exceso. Pero poco a poco, el pez comenzó a dar signos de agotamiento y entró en el rebalaje, permitiéndome contemplar cómo era una buena lubina la que había tomado mi engaño. Recogí esos pocos metros y, por fin, tenía la preciada captura en la arena, que, después de las fotos de rigor, arrojó un peso en la báscula de 2,2 kilogramos, todo un buen ejemplar
Y sin más, espero que hayáis disfrutado de este relato tanto o más que yo al haberlo rememorado, y me despido de vosotros hasta otra ocasión.
Un saludo!
Gracias a tí Adrián!!!! gracias por compartir este día de pesca, este nuevo equipo que te has comprado y por visitar la web. Además darte la enhorabuena por esa preciosa lubina!!! estas echo un makina!!!!
Un abrazo HG.
12 han comentado
Deja un comentario